Conferencia 21 – fase B

EL CRISTO ÍNTIMO Y LA MUERTE DE LOS YOES CAUSA

El Cristo íntimo

Cristo es el fuego del fuego, la llama de la llama, la signatura astral del fuego. Sobre la cruz del mártir del Calvario está definido el misterio del Cristo con una sola palabra que consta de cuatro letras: INRI: Ignis Natura renovatur integram (el fuego renueva incesantemente la Naturaleza).

El advenimiento del Cristo en el corazón del hombre nos transforma radicalmente. Cristo es el Logos solar, unidad múltiple perfecta. Cristo es la vida que palpita en el Universo entero, es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Mucho se ha dicho sobre el Drama cósmico; incuestionablemente, este drama está formado por los cuatro evangelios. Se nos ha dicho que el Drama cósmico fue traído por los Elohim a la Tierra; el Gran Señor de la Atlántida representó ese drama en carne y hueso. El Gran Kabir Jesús también hubo de representar el mismo drama, públicamente, en la tierra santa.

Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, de nada sirve si no nace en nuestro corazón también. Aunque hubiese muerto y resucitado al tercer día de entre los muertos, de nada sirve eso si no muere y resucita en nosotros también. Tratar de descubrir la naturaleza y la esencia del fuego es tratar de descubrir a Dios, cuya presencia real siempre se ha revelado bajo la apariencia ígnea:

  • La zarza ardiente (Éxodo, III, 2) y el incendio del Sinaí a raíz del otorgamiento del Decálogo (Éxodo, XIX, 18) son las dos manifestaciones por las que Dios apareció a Moisés.
  • Bajo la figura de un ser de Jaspe y Sardónico de color de llama, sentado en un trono incandescente y fulgurante, San Juan describe al fuego del Universo (Apocalipsis, IV, 3, 5).
  • Nuestro Dios es un fuego devorador, escribe San Pablo en su “Epístola a los hebreos”.

El Cristo íntimo, el fuego celestial, debe nacer en nosotros, y nace en realidad cuando hemos avanzado bastante en el trabajo psicológico. El Cristo íntimo debe eliminar, de nuestra naturaleza psicológica, las mismas causas del error, los yoes causa. No sería posible la disolución de las causas del ego en tanto el Cristo íntimo no haya nacido en nosotros. El fuego viviente y filosofal, el Cristo íntimo, es el fuego del fuego, lo puro de lo puro. El fuego nos envuelve y nos baña por todas partes, viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra que son sus conservadores y sus diversos vehículos. El fuego celestial se debe cristalizar en nosotros, es el Cristo íntimo, nuestro salvador interior profundo. El Señor íntimo debe hacerse cargo de toda nuestra psiquis, de los cinco cilindros de la máquina orgánica, de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales.

La muerte de los yoes causa

Los múltiples elementos subjetivos que constituyen el ego tienen raíces causales. Los yoes causa están vinculados a las leyes de causa y efecto. Obviamente, no puede existir causa sin efecto, ni efecto sin causa; esto es incuestionable, indubitable. Sería inconcebible la eliminación de los diversos elementos inhumanos, que en nuestro interior cargamos, si no elimináramos radicalmente las causas intrínsecas de nuestros defectos psicológicos. Obviamente, los yoes causa se hallan íntimamente asociados a determinadas deudas kármicas. Solo el arrepentimiento más profundo y los respectivos negocios con los señores de la Ley, pueden darnos la dicha de lograr la desintegración de todos esos elementos causales que, en una u otra forma, pueden conducirnos a la eliminación definitiva de los elementos indeseables.

Las causas intrínsecas de nuestros errores, ciertamente, pueden ser erradicadas de uno mismo gracias a los eficientes trabajos del Cristo íntimo. Obviamente, los yoes causa suelen tener complejidades espantosamente difíciles. Ejemplo: un estudiante esoterista podría ser defraudado por su instructor y, en consecuencia, tal neófito se tornaría escéptico. En este caso concreto, el yo causa que originara tal error, solo podría desintegrarse mediante el supremo arrepentimiento íntimo y con negociaciones esotéricas muy especiales.

El Cristo íntimo, dentro de nosotros mismos, trabaja intensivamente eliminando, a base de trabajos conscientes y padecimientos voluntarios, todas esas causas secretas de nuestros errores. El señor de perfecciones debe vivir en nuestras íntimas profundidades todo el Drama cósmico. Uno se asombra al contemplar, en el mundo causal, todas las torturas por las que pasa el Señor de perfecciones. En el mundo causal, el Cristo secreto pasa por todas las amarguras indecibles de su vía crucis. Indubitablemente, Pilatos se lava las manos y se justifica, pero al fin condena al adorable a la muerte de cruz. Resulta extraordinario, para el iniciado vidente, el ascenso al Calvario. Indubitablemente, la conciencia solar integrada con el Cristo íntimo, crucificado en la cruz majestuosa del Calvario, pronuncia frases terribles, que a los seres humanos no les es dable comprender. La frase final (“Padre mío, en tus manos encomiendo mi Espíritu”) va seguida de rayos y truenos y grandes cataclismos. Posteriormente, el Cristo íntimo, después de la desclavación, es depositado en su santo sepulcro.

Mediante la muerte, el Cristo íntimo mata a la muerte. Mucho más tarde en el tiempo, el Cristo íntimo debe resucitar en nosotros. Incuestionablemente, la resurrección crística viene a transformarnos radicalmente. Cualquier maestro resurrecto posee poderes extraordinarios sobre el fuego, el aire, las aguas y la tierra. Indubitablemente, los maestros resurrectos adquieren la inmortalidad, no solamente psicológica, sino también corporal. Jesús, el Gran Kabir, todavía vive con el mismo cuerpo físico que tuvo en la Tierra Santa; el conde San Germain, que transmutara el plomo en oro, y hacía diamantes de la mejor calidad durante los siglos XV, XVI, XVII, XVIII, etc., aún vive todavía. El enigmático y poderoso conde Cagliostro, que tanto asombrara a Europa con sus poderes durante los siglos XVI, XVII y XVIII, es un maestro resurrecto y todavía conserva su mismo cuerpo físico.

 

Fin conferencia 21